Inmersos en el siglo XXI –del que ya superamos los primeros dieciséis años– los torrelaveguenses seguimos constatando que la ciudad está en crisis y que salir de esta difícil y compleja coyuntura, será difícil con un final que no parece próximo. Hace cien años –en los inicios del siglo XX– las circunstancias eran otras. Torrelavega crecía y en los primeros años se llevaron a cabo importantes proyectos como la traída de aguas, la fundación de la Gimnástica o la inauguración de Solvay. Al tiempo, Torrelavega seguía proyectándose con fuerza en el ámbito supracomarcal y cientos de personas –que eran miles los jueves de mercado– llegaban a la ciudad atraídos por el prestigio de su comercio y el progreso que se percibía por el ajetreo y bullicio ciudadanos en sus plazas y calles.
En este décimo tomo abordamos temas que en su momento desataron una gran euforia y otros que generaron frustración. En los años finales del siglo XX, la ciudad vivió con gran intensidad el ascenso del club SAB Caja Cantabria a la ACB, en la que participaban los clubes más grandes e históricos, representando a sus ciudades también grandes y muy superiores a la nuestra, pequeña y modesta.
Con la misma emoción asistimos al gran éxito de un torrelaveguense, Óscar Freire, del Barrio Covadonga, hijo de un obrero de Sniace, que en 1999 se convirtió en Verona (Italia) campeón del mundo de ciclismo de fondo en carretera. El deportista torrelaveguense hizo el milagro de elevar a lo más alto del pódium la historia ciclista de nuestra ciudad, deporte en el que destacaron bravos y pundonorosos ciclistas, desde Victorino Otero, Vicente Trueba y José Gándara en los años veinte y treinta del pasado siglo, a Julio San Emeterio, Gonzalo Torre, Emilio Cruz y Manuel Martín Piñera en los sesenta. Éxito que Freire repitió en 2001 y 2004, igualando en cuanto a maillots arco iris al mítico campeón Eddy Merck.
Pero al mismo tiempo que vivimos momentos de euforia por éxitos inesperados y superiores a nuestra fuerza como ciudad, atravesamos circunstancias complejas al comprobar cómo las nuevas generaciones de torrelaveguenses tienen que salir del solar de sus padres para encontrar un trabajo profesional para el que se formaron en nuestros centros educativos. Al cierre definitivo en 2003 de la mina de Reocín –en la que dejaron su vida desde el siglo XIX cientos de trabajadores en accidentes laborales– siguió la fuerte caída del empleo en otras empresas históricas como Solvay y, especialmente, Sniace. Solo una gran empresa –ASPLA, de Armando Álvarez, que falleció en 2016– mantiene una apuesta más decidida en cuanto a empleo y producción.
La ciudad comenzó hace algunos años a sentir los efectos de la avanzada edad de sus ciudadanos, al tiempo que una pérdida de población que alerta de los efectos de la crisis, especialmente en un comercio que tradicionalmente ha sido fuerte, además de fuente importante del vigor de la urbe. Si descontásemos la población inmigrante –importante en número en algunas zonas como la Inmobiliaria– la población en 2016 estaría en torno a los cincuenta mil, es decir, diez mil habitantes menos que hace un cuarto de siglo.
En este tomo que alcanza hasta ayer mismo, profundizamos en las biografías de brillantes torrelaveguenses: Germán de Argumosa, Pedro Sobrado, el actor Antonio Fernández Resines, el poeta Luis Mouteira, Manuel Gutiérrez Ceballos (primer Beato de Tanos), Pablo del Río, Cándido Román, nuestra brillante Paz Herrera, el emblemático sacerdote Amable Pelayo Ortiz o el recuerdo de Mercedes Peón Acebal, que nació, vivió y murió en los últimos tres siglos. Páginas en las que no falta la crónica sobre la presencia del que fuera presidente americano, Jimmy E. Carter (1976-80), en Torrelavega, coincidiendo con la magna exposición El Siglo de los Cambios, celebrada en La Lechera entre agosto y noviembre de 1998.
Abordamos también algunos enigmas sobre los que circulan, desde hace meses, historias truculentas, como viene ocurriendo sobre el Alto de las Tres Cruces desde el que se divisa una espléndida vista general de la ciudad desde la zona más próxima –la rotonda del donuts que enlaza con las autovías– y el horizonte que nos muestra el Barrio Covadonga, Cartes y los montes de Cohicillos. En dos páginas se desvela quién levantó las Tres Cruces y su significado, muy relacionado con una imagen que reproducimos de una gran piedra ovalada de medio metro de altura que lleva la inscripción del año 1858.
Otros temas se han quedado para mejor ocasión, como la exposición sobre la historia de Torrelavega hecha realidad por Coorcopar, o el nuevo Palacio de Justicia en los terrenos del antiguo sanatorio de El Carmen. De la Torrelavega vitalista destaca, además, la Asociación Cultural y Juvenil Manuel Llano, creada en el seno del Centro Cívico-Parroquial Sierrapando el 27 de marzo de 1991, un cuarto de siglo dedicado a tareas cívicas y de solidaridad encomiables. Años también en los que perdimos a muchos amigos que seguían con interés la aparición, cada año, de estos diez tomos, destacando por lo que representaron el impresor Pepe Quinzaños Sánchez (2012) y el espíritu de convivencia de Ricardo Montero Santibáñez (2013), que tanto promovió a través de su bodega El Principado. Y también personas próximas, entrañables y muy queridas, como mis suegros Federico Quintial Ruiz y Covadonga Calle Fernández, o mi cuñado, José María Roiz, propietario de la cafetería Picos de Europa (2016).
Hemos dejado como cierre de este último tomo, un breve recorrido por la exposición fotográfica en la que participó el torrelaveguense Enrique Gutiérrez Aragón “La pequeña historia. Torrelavega”, con el protagonismo de personas que representaron nuestro pasado y se afanan en el presente y cara al futuro. Gentes sencillas que vivieron o viven en el anonimato o lejos del interés mediático, pero que trabajaron con entereza e ilusión por la ciudad.
Sé el primero en valorar “Torre La Vega (1997-2016). Crónica ilustrada de una Ciudad. Tomo X”