Como adelanto de esta obra, publicamos un extracto del Epílogo que firma el autor. El prólogo de la obra, que edita Los Cántabros, está a cargo de Ángel Sánchez de la Torre, catedrático emérito de Derecho, Académico de número de las Reales Academias de Jurisprudencia y Doctores de España. Su título: “La figura de Pelayo, antes de ser Rey”.
El autor plantea al inicio del epílogo varias preguntas: ¿Puede afirmarse que se ha asturianizado para siempre la lectura histórica de cuanto aconteció en el siglo VIII, con la alianza de Pedro, Duque de Cantabria, y Pelayo, para hacer frente a la invasión árabe, proceso que pasados los siglos se calificó de Reconquista?
¿Qué puede afirmarse, igualmente, de la presencia en el Monasterio de San Martín de Turieno de Beato de Liébana y que este centro, en el corazón de Liébana, se convirtiera en foco cultural y religioso de su tiempo? Aun cuando podrían citarse otras referencias igualmente trascendentes, la respuesta no puede ser más que afirmativa. Aunque la resistencia y los afanes de conquista tras la invasión árabe surgió de Liébana y del territorio de la antigua Cantabria, el protagonismo histórico de este proceso de siglos, como iniciadores del mismo, ha sido para Asturias. El llamado Reino de Asturias ha oscurecido la fuerza de todo lo que aconteció, que fue mucho, en la Liébana de este tiempo.
Los contenidos del dictamen del pleno la Real Academia de la Historia de España (1916), aprobado por unanimidad, no pueden ser mas categóricos: “los orígenes de la nueva dinastía deben buscarse en la indómita Cantabria”, hecho al que debe sumarse que la participación lebaniega fue, además, en los campos de la cultura y la religiosidad con el protagonismo de Beato. Es así como del protagonismo de la Dinastía de Cantabria surgida del tronco familiar del duque Pedro, es siempre anterior a las de Navarra, Borgoñas, Trastamaras, Austrias y Borbones, circunstancia que permite afirmar que la titularidad del reino desciende de los primeros monarcas de Cantabria que se suceden por línea ininterrumpida de padres a hijos o hijas, como bien sostienen los historiadores asturianos. En fin, una gran historia que por desconocimiento se desmerece entre las actuales fronteras de la comunidad cántabra.
La vinculación al territorio liebanense de la monarquía cántabra en la historia de España es mucho más que la simple evocación de pasados veraneos regios. Lo ha escrito Miguel Artola desde su rigor de historiador, al indicar que la dinastía cántabra se alargó hasta el año 1037, sucediéndose hijos y hermanos de reyes.
Eran los tiempos en los que el núcleo originario del primer reino estaba en Liébana hasta que se fue extendiendo hacia la zona de Asturias, fijándose la capitalidad en Cangas de Onís, entonces parte del territorio de la Cantabria antigua, como reconoce el nada sospechoso historiador Sánchez- Albornoz. Y tan cántabra fue esa zona que, recordemos, los municipios de Rivadedeva, Peñamellera Alta y Baja fueron cántabros en el primer cuarto del siglo XIX; es decir, a efectos históricos hasta ayer mismo. En consecuencia, todo lo que a partir del siglo XIX se conoció como Reconquista tuvo sus inicios en Liébana y de la indómita Cantabria fue la primera dinastía a través de los hijos del duque Pedro, Alfonso y Fruela, como dejó probado la Real Academia de la Historia en su dictamen hace ya más de un siglo.
Reitero lo que tantas veces he dejado escrito: todo pueblo que esté decidido a construir un brillante futuro no puede perder la memoria de su historia. Ya un pensador afirmó que «conocer el pasado es defender el presente» en lo que es una clave que nos dice que necesitamos saber de dónde venimos, para saber a dónde vamos. También podemos tirar de reflexiones más actualizadas como la que señala que «los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden conciencia de sus destinos, y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas son los que mejor preparan el porvenir». Conviene, por tanto, desarticular la desesperante amnesia colectiva que parece haberse puesto de espaldas a un pasado de heroísmo, abnegación y sacrificios que con merecimiento ha ganado el pueblo cántabro.
En la combinación de las reflexiones apuntadas, sustentamos estos trabajos evocadores sobre una historia oculta y secuestrada, a pesar de las aportaciones de historiadores como Manuel Pereda de la Reguera con su obra Cantabria, raiz de España (reedición 2000) e Ildefonso Llorente Fernández con su título Recuerdos de Liébana (1883).
Mucho ha aportado Liébana a la historia de Cantabria: un territorio diferente, el valor y la resistencia de sus gentes o el carácter indomable frente a las invasiones, la última de los franceses en la conocida por Guerra de la Independencia. El académico y catedrático emérito de la Complutense, Ángel Sánchez de la Torre, dejó escrito que «no abundan en los documentos históricos de toda clase referencias directas y reveladoras sobre Liébana. Pero sí podemos conocer muchas cosas sobre Liébana, porque Liébana ha estado siempre donde está ahora. No sería posible desde luego empujarla o cambiarla de lugar. Además, Liébana ha estado siempre muy aislada y sin contacto intenso con sus vecinos».
Finalmente, una acertada frase de nuestro sabio universal, Marcelino Menéndez y Pelayo, sirve como cierre de este epílogo: «Pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte. Puede producir brillantes individualidades aisladas, rasgos de pasión de ingenio y hasta de género, y serán como relámpagos que acrecentará más y más la lobreguez de la noche». Que conste.
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