Aborda la puesta en marcha de la Compañía General de Electricidad Montaña –constituida en 1894- y la llegada de la luz eléctrica a Torrelavega un año después, concretamente el 20 de diciembre de 1895, meses después de que la Villa alcanzara el título de Ciudad. Fue este año un tiempo mágico en la historia de la ciudad al iniciarse un tiempo de renacimiento para Torrelavega y su ciudadanía. El año se inició con la inauguración del Ferrocarril del Cantábrico, que comenzó a unir a Santander y Cabezón de la Sal con la ciudad, lo que afianzaba a Torrelavega –entonces un municipio con aproximadamente siete mil habitantes– como cabecera comercial, además del animado bullicio de sus mercados que se celebraban los jueves en sus plazas más significativas, así como de sus ferias ganaderas bimensuales de la Llama.
Como en otras circunstancias que ha vivido Torrelavega, la llegada de la luz fue el resultado de una apuesta local protagonizada por sus hombres más inteligentes que, a la vez, contaban con medios económicos. Comandados por el alcalde Martín Blanco y el ingeniero de minas, Guillelmo Gómez Ceballos, que década y media antes, siendo muy joven, había sido primer regidor, la voluntad de ambos y de otras personas que participaron en ese núcleo agitador de nuestras fuerzas vivas, lograron hacer realidad la Compañía General de Electricidad «Montaña, que un año después –tras instalar una central eléctrica con material alemán en Villapresente, en el antiguo molino de La Flor– posibilitaron el suministro eléctrico a Torrelavega, hecho que fomentó en pocos años una decidida apuesta por la industrialización.
El valor del alumbrado eléctrico para Torrelavega quedó de manifiesto con la lectura de la prensa capitalina. En La Atalaya –primer periódico en difusión de la provincia– correspondiente al lunes, 23 de diciembre de 1895, podía leerse este comentario categórico: «Si la envidia no fuese un pecado capital, nosotros nos permitiríamos sentir, por una sola vez y en colectividad, un poco de envidia. Se la tendríamos no a París, ni a Londres, ni a Nueva York, que eso fuera envidiar mucho, sino a Torrelavega, a la otra ciudad montañesa, que acaba de ponerse muy por encima de nosotros». Por ello, fue una suerte para Torrelavega contar con hombres tan atrevidos como inteligentes en desplegar la energía eléctrica para propiciar un nuevo desarrollo y condicionar para mejor nuestras vidas.
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